viernes, 7 de agosto de 2009

A ratos el cielo se torna negro. No hay nadie más.

Nadie

Yo tampoco.

Y en el, ser sino un buitre

que carroña sus propias viseras.

Las pocas que lograron salvarse.

Como quien mira por una ventana

sin ver nada más que el tiempo pasar,

pero sin poder accionar sobre él.

empujarlo.

Como quien sube una cuesta

caminando de espaldas y mirando pendiente abajo,

hacia donde se pierde el camino.

De existir Dios (como al igual que todos espero), él sabrá donde nos lleva esa ruta ciega.

A ratos puedo ver

el final virtual del horizonte.

O la alfombra de luces que la luna traza hacia ella sobre el mar.

Y ocurre que para llegar al final es lo mismo:

recolectar pequeñas luces sobre el agua ennegrecida por la noche.

Pero que hay más allá de esa línea?

Resulta duro pensar

que tras el horizonte en realidad hay más de lo mismo.

No se llamaría así.

Quizás no es redonda la tierra

sino que en su borde está la muerte.

Por eso los días mueren en el horizonte.

Nada es tan cierto como la nada,

Pues nada es tan cierto como la muerte.

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